Capítulo 12
Capítulo 12: Magia y voluntad
¿Existe la magia?
A lo largo del texto he ido desarrollando ideas, y aunque he procurado que todos los capítulos cuenten con una parte lo suficientemente neutral como para convencer a la gente escéptica, creo que se puede atisbar que yo creo que existe «algo más». Voy a dedicar este capítulo a intentar explicar qué es ese «algo más», en qué creo que consiste y cómo creo que funciona.
El paradigma actual a nivel de pensamiento y conocimiento es el método científico. Tú tienes una idea, pero para que esta tenga validez, tienes que demostrarla. Tienes que llevar a cabo un experimento que no solo demuestre que lo que dices es cierto, sino que también sea reproducible por cualquiera que quiera comprobarlo. Y además está la refutabilidad, que es la capacidad de una teoría de ser sometida a pruebas que la contradigan. Este método científico ha hecho avanzar a la ciencia una barbaridad y el hecho de que ahora mismo sea el paradigma me parece algo maravilloso. Pero eso no quita que le vea carencias.
Carencias en tanto a que para mucha gente parece que si algo no es demostrable por este método científico, ese algo o es falso o es inexistente. Y lo cierto es que no tiene por qué ser así. Hay cosas que, sencillamente, no tenemos medios para demostrar en el momento actual porque la tecnología no ha avanzado lo suficiente. Una frase que me parece maravillosa en relación a la ciencia ficción, y que se aplica a este capítulo perfectamente, es: «Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Imagina al más sabio de los filósofos griegos presenciando cómo enciendes un altavoz bluetooth a tres metros de distancia. Algo que para nosotros es totalmente normal, a una de las mentes más preclaras de aquella época probablemente le volvería loco, y su primera forma de explicarlo sería la magia. Digo más, si se lo mostrases a tu bisabuelo, probablemente también se lo parecería. Lo que yo voy a exponer no es algo tecnológico, pero creo que llamarlo magia es adecuado porque no tenemos tecnología capaz de medirlo.
Voy a exponer esta idea.
Veo el mundo como una inmensa sucesión de posibilidades. Todo lo que sucede tiene una posibilidad de pasar. Hay cosas que, por ahora, tienen el cien por cien de posibilidades de pasar, como que el sol salga siempre por el mismo sitio o que los seres humanos caminen por la tierra en lugar de volar como los pájaros. Hay otras cosas que tienen una posibilidad X de pasar, como que te tropieces con un bordillo, que la tostada caiga por el lado de la mermelada o que la persona que te gusta se te declare de repente. Yo considero que la magia es la capacidad del ser humano de afectar a esas posibilidades con el poder de su voluntad. Aquí podría usar «mente» en lugar de «voluntad», o «fe», «energía» o cualquier otra palabra.
A lo largo de mi vida he ido conociendo diversos tipos de «magia», pero al final todas vienen a ser lo mismo con diferentes formas de llegar al fin último. Cualquier magia o ritual mágico viene a intentar canalizar la voluntad del «hechicero», «mago» o «brujo» hacia un fin concreto. Da igual si hablamos de vudú, de magia negra o blanca o de ir a rezar a la iglesia, cada uno de ellos tiene sus rituales, cuyo fin último es el de cumplir la voluntad del que los realiza.
¿Y si yo te digo que puedes ayudar a que tu madre enferma se cure, simplemente, pensando en que va a estar bien y visualizando como todo se desarrolla sin ningún problema, y que tu voluntad es capaz de alterar las probabilidades a favor de ese desenlace? Aunque me creas a pies juntillas, probablemente te resulte complicado concentrarte en la visualización de ese final concreto. Es difícil visualizar que algo está bien cuando el tema que te preocupa es precisamente el contrario, y por eso, desde tiempo inmemorial, el ser humano viene usando subterfugios para ayudarse a fijar la imagen que necesita. Tu voluntad actúa igual, pero el hecho de ejecutar algún tipo de ritual previamente ayuda a fijar la imagen de lo que uno quiere conseguir y hace que esa voluntad se centre. Si en lugar de decirte que imaginando que tu madre va a estar bien vas a ayudar a que ella se ponga bien, te digo: «tu madre estará bien si encuentras un gallo de cresta negra y lo sacrificas a la luz de la luna llena en el claro de un bosque»; mientras, tienes que pronunciar en voz alta el ensalmo «mater mea pulchrum esse», que sería algo así como «mi madre va a estar bien» en latín. En este caso, probablemente, tu voluntad esté bastante más centrada en el propósito final, que es que tu madre se cure. Estás ayudando a tu voluntad y haciéndola más poderosa. Y no es porque matar gallos a la luz de la luna ayude a las madres en apuros, sino porque el hecho de cumplir una tarea relativamente complicada y envuelta en un halo de misticismo ayuda a tu cerebro a pensar que estás realmente haciendo algo. Nos cuesta creer que el mero hecho de pensar en algo cambia las posibilidades de que ese algo suceda y nuestra mente asimila mejor este hecho si va acompañado de pasos más «físicos». Es simplemente una manera de engañarnos a nosotros mismos para ser capaces de focalizar nuestra voluntad.
De siempre se ha dicho «pide un deseo» cuando soplas las velas de tu pastel de cumpleaños, cuando ves una estrella fugaz o cuando soplas una pestaña. Hay muchos más ejemplos de cosas con las que uno puede pedir un deseo, pero todas ellas comparten una regla común que todo el mundo conoce: no puedes verbalizar tu deseo. «No lo digas en voz alta o no se cumplirá». Si te paras a pensar en este ritual, tan común, básicamente, estás haciendo exactamente lo que te estaba diciendo. Estás visualizando algo, intentando cambiar las posibilidades del mundo a tu favor, y te estás apoyando en un «ritual», como soplar unas velas o una pestaña para afianzar esa magia que quieres conseguir. Y curiosamente, en un alarde de conocimiento popular del que no somos nada conscientes, sabemos que no podemos verbalizar ese deseo. ¿Pero por qué no podemos verbalizarlo y hacer partícipes a los demás? Pues tan fácil como que los demás disponen del mismo poder que nosotros y con que uno de ellos no crea en que ese deseo se pueda cumplir, estará anulando el cambio de posibilidades que tú hayas efectuado. Lógicamente, las cosas no son tan sencillas y es probable que no todo el mundo tenga la misma capacidad para influir sobre la probabilidad, con lo que una persona que disponga de una gran voluntad, probablemente, podría prevalecer sobre una que disponga de menos, o incluso sobre varias, pero es importante entender que todo el mundo dispone de esta capacidad, sea o no consciente de estar usándola.
Si tú quieres colocar tu mano sobre una mesa, simplemente colocas tu mano encima de la mesa. Pero imagina que en el momento de colocar tu mano, hubiese otra mano que intentase evitar que tú pusieses la mano encima de la mesa. Se te complicaría bastante el asunto ¿verdad? Imagina que es tu cumpleaños y te hacen soplar las velas. Tú decides pedir un deseo, como: «quiero que mi chico consiga dejar definitivamente el tabaco en esta intentona». Con eso consigues incrementar las posibilidades un X por ciento. Pero si lo dices en voz alta, lo único que vas a conseguir es que las cinco personas que te escuchen pasen a formar parte de la ecuación. Y si de esas cinco hay tres que piensan: «sí claro, sí que va a dejar de fumar este, con lo enganchado que esta»; ya vais a ser tres contra tres, lo cual dejará las probabilidades exactamente igual. O peor, puesto que podría ser que ninguna de las cinco personas confíe en las posibilidades de que el deseo se cumpla, lo cual aumentaría las posibilidades de que, efectivamente, no se cumpla. La idea es que todo el mundo puede pensar en ello y cada persona inclinará la balanza en una u otra dirección. Simplificando al máximo, cuanta más gente a favor, mejor, y cuanta más en contra, peor. Y teniendo en cuenta que vivimos en un mundo en el que la ciencia ha pasado a ser un dogma para ciertas personas, que negarán por principio toda idea que no pueda ser demostrable, verbalizar lo que quieres conseguir probablemente sea la manera más fácil de no conseguirlo, puesto que te pondrás en contra, aun sin ser conscientes de ello, a otras personas que influyen sobre las probabilidades igual que tú.
Creo que es fácil ver ahora por qué es difícil trastear con esta idea mía desde el método científico. No creo que ahora mismo se pueda probar que esto es o no cierto de ninguna manera. Creo que tiene que haber algo. Que «cuando el río suena, agua lleva», como se suele decir, y puede que hoy no seamos capaces de demostrarlo científicamente, pero confío en que en un futuro, cuando la tecnología se desarrolle lo suficiente, podrá demostrarse que lo que digo no es una locura y esta magia de la que hablo dejará de serlo, puesto que seremos capaces de integrarla como algo normal. Pienso que la física cuántica va camino de hacerlo. Ya se ha comprobado en ciertos experimentos que el observador afecta a lo observado y que el mero hecho de que haya un científico mirando puede cambiar la trayectoria que toma un electrón. Y aunque esto por ahora solo sea aplicable en el mundo «micro», ¿quién dice que en un futuro no vaya a haber descubrimientos parecidos en el mundo «macro»? Puede que no sea exactamente como yo pienso que es, por supuesto, pero estoy convencido que en un futuro, quien lea esto, dirá «pues no iba tan desencaminado».
La oración es otro ritual que llevamos usando desde hace no sé cuánto tiempo. Llegar a un lugar tranquilo para pedir algo, un templo adecuado para ello, de rodillas y en silencio; y con la certeza de que hay un ser más grande y poderoso que nosotros que nos escucha y nos va a ayudar en esa tarea, a lo que podemos contribuir aún más si encendemos alguna vela. Con la diferencia de que la creencia en Dios, el dios cristiano, estaba tan extendida y se daba tanto por segura que hablar de lo que ibas a pedirle al señor nunca ha sido un tabú, sino algo positivo, pues nadie dudaba de que el rezo solo podía traer consecuencias positivas. Y obviamente, si hay mucha gente que rece por ti, las probabilidades de que te vaya bien aumentan. En este punto hablo del cristianismo puesto que me he criado en España, donde hasta hace no tanto tiempo ser cristiano era algo que se daba por supuesto y no serlo, o al menos aparentarlo, era excepcional. Pero este punto es perfectamente extrapolable a cualquier otra religión.
Por supuesto, esto no implica que lo que uno piense se vaya a cumplir siempre y en todos los casos. Puedes afectar a las probabilidades de que algo pase, sí, y eso es mucho decir, pero nadie es todopoderoso, y si lo que quieres es que el sol salga por el Oeste, mucho me temo que no te vas a comer un colín. Pero como todo en la vida, esto se entrena. No es lo mismo intentar levantar una pesa de 100 kilogramos si nunca has intentado levantar un peso que si has dedicado los dos últimos años de tu vida a ir levantando cada día un peso un poco mayor que lo que levantaste el día anterior. En el primer caso, lo más probable es que no solo no consigas levantarla, sino que además te hagas daño al intentarlo y decidas que no lo vas a volver a hacer. En el segundo caso, probablemente, la levantes sin problemas y te resulte fácil y un mero trámite. La voluntad o la «fuerza mágica» que tienes se puede entrenar de igual manera, aunque, por desgracia, los resultados nunca van a ser tan tangibles como pueda ser levantar o no un peso. Por otra parte, como ya he dicho, no todo lo que uno intente va a costar lo mismo. El mismo deseo, «ser feliz», puede ser mucho más complicado de conseguir y puede requerir mucha más voluntad para una persona en paro, que lo acaba de dejar con su pareja y que se ha roto una mano, que para otra que acaba de encontrar un trabajo que le gusta y no tiene ningún problema reseñable. Esto es, simplemente, un arma más en la batalla del día a día, pero es un arma muy útil y que, además, podemos mejorar mucho.
Es importante decir que esto también funciona con los pensamientos negativos y que uno puede alterar las probabilidades de forma negativa hacia sí mismo o hacia los demás. Es fácil caer en el «no me puede salir bien», «esto es imposible», «no me lo sé» o similares. Yo estoy bastante convencido de que en mi primer cáncer influyó el que siempre estuviese buscando atención por todos los medios, hasta el punto de pensar que si me ponía malito, estarían más pendientes de mí. Con esto no quiero decir que el cáncer fuese creado por mí, voy a recalcar esta idea. Mis pensamientos facilitaron en cierta medida que la enfermedad me atacase, pero también mi dieta, mis costumbres y montones de factores más. Quizás mis pensamientos solo supusieran un 0,0001% del total. Aun así, eso no me hace culpable en ninguna medida de lo que me pasó, ya que los pensamientos que yo tenía no eran elegidos por mí. Intento transmitir que lejos de mi intención está decir que si no eres capaz de curar una enfermedad o de solucionar un problema es culpa tuya por no tener voluntad suficiente, como parecen transmitir ciertos mensajes Mr. Wonderful o un montón de coaches de diversos pelajes. Pero igual que recomendaría a todo el mundo que cuidase su alimentación o que hiciese ejercicio, creo que cuidar los pensamientos puede hacer que tengamos una vida más sana en todos los sentidos.
Y cuando uno tiene un problema, puedo asegurar que es difícil dejar de pensar en él o mirarlo de forma positiva para solucionarlo porque este suele ocupar toda nuestra mente, de tal manera que conseguir sacarlo de ahí se convierte en una tarea hercúlea. Y es aquí donde entra el sencoísmo.
Hemos creado un dios, un dios al que damos vida por el mero hecho de creer en él. Hemos creado a su alrededor un ritual que nos permite mandarle energía positiva cada vez que hacemos cualquier cosa que nos gusta y hace felices. Y lo hacemos sabiendo que podemos recogerla en forma de «deseo» cuando lo necesitemos.
Es un ritual que nos permite alterar las probabilidades de una forma más drástica que la que pudiéramos ejecutar nosotros solos. El crear un dios receptor, una idea que es más grande que nosotros y que abarca mucho más que a nosotros mismos, nos ayuda mentalmente a centrar la voluntad. En él, en esa idea, queda depositada nuestra «energía» y la de todos los que crean en él. Y saber que a la hora de visualizar lo que queremos cambiar contamos no solo con nuestra voluntad, sino con la de mucha más gente, ayuda a focalizar esta y hace que la magia de la probabilidad juegue más a nuestro favor. El saber que no estás acudiendo solo a tu reserva de voluntad, sino a la de mucha más gente, te puede ayudar mucho a la hora de conseguir pasar de únicamente ver el problema, a ser capaz de visualizar la solución.
A lo largo de la historia se ha demostrado en multitud de ocasiones que una mentira puede transformarse en una verdad si la repites el suficiente número de veces. Si el suficiente número de gente cree una cosa determinada esa cosa se convierte en realidad, porque la realidad la moldeamos nosotros. Si todo el mundo pensase que nadie va a entrar a robar a su casa aunque deje la puerta abierta porque la gente es intrínsecamente noble, dejaría las puertas de sus casas abiertas y nadie pensaría al pasar “¡Oh, una puerta abierta, podrían entrar a robarles!” porque ni siquiera se les pasaría por la cabeza esa opción, y aunque seguirían existiendo los percances porque siempre hay excepciones, probablemente bajaría la delincuencia y el número de robos. Pero esto no vendería seguros y, siendo realistas, el miedo es mucho más lucrativo y eso le conviene más al tipo de sociedad consumista en la que vivimos.
Probablemente haya cientos de estímulos en tu día a día destinados a hacerte pensar de una determinada manera en relación con determinados asuntos. Por eso es conveniente que entrenes día a día tu libertad consciente, intentando saber siempre por qué haces cada cosa que haces. Y que dediques parte de tu magia, de tu voluntad, a ser feliz. Es tan sencillo como desear ser feliz en cada ocasión que se te presente. Que ves una matrícula capicúa, deseas ser feliz. Que sale el arcoíris, deseas ser feliz. Que la hora de tu reloj es capicúa, deseas ser feliz. Que alguien te quita una pestaña del moflete y la soplas, deseas ser feliz… Un mundo donde todo el mundo sea más feliz es un mundo mejor. La gente es más amable y las contestaciones e interacciones más amistosas, y esto conduce a que a su vez la felicidad aumente aún más. Generamos de esta forma un círculo virtuoso social que repercute positivamente en todos nosotros. Hay un capítulo de los Simpson en el que Homer, el padre con pocas luces, descubre que toda su vida ha tenido un lápiz incrustado en el cerebro. Cuando se lo quitan se vuelve mucho más inteligente y con esa inteligencia le llegan las preocupaciones, ya que empieza a ver que él es responsable de muchas cosas. Al final del capítulo decide volver a incrustar el lápiz en su cerebro porque se da cuenta de que era mucho más feliz siendo idiota. Es triste porque es cierto, y creo que estaremos de acuerdo en que una sociedad en la que seamos felices sin tener que ser idiotas sería mucho mejor.
Yo pido este deseo tan simple siempre que puedo, y cuando hago visualizaciones largas, a mediodía o por la tarde, ya incido en cosas más concretas y visualizo lo que necesite en ese momento, sea que mi hermano encuentre piso, aprobar un examen o que mi pareja tenga menos migrañas.
Obviamente si dedicas tu voluntad a cosas que te atañen a ti mismo, como pueden ser exámenes, tu aspecto físico o la relación sentimental en la que estás inmerso las cosas van a mejorar en ese aspecto. Porque cuando hablamos de cosas que te afectan a ti mismo no solo estás afectando a las probabilidades sino que al visualizar lo que quieres estás dando el primer paso en un cambio de actitud que lógicamente será positivo para lo que intentes lograr. De esto he hablado en otros capítulos y es sencillo entender cómo funciona. Pero en este capítulo lo que intento es decir que con tu pensamiento puedes afectar a otras personas, no solo a ti mismo.
Te estoy pidiendo que hagas un salto mental muy importante, pues lo que digo va en contra de lo que comúnmente nos enseñan y por lo tanto tu primer impulso va a ser desdeñarlo como algo falso o imposible. Es un sesgo cognitivo que nos afecta a todos, tendemos a dar por verdadera la primera idea que nos formamos de algo y a desdeñar el resto. Te pido que no desprecies tan rápido esta idea. No quiero que aceptes lo que digo como un dogma, simplemente te pido que lo mantengas en mente. Que cuando te acuerdes mires a tu alrededor e intentes ver el mundo bajo esta perspectiva, aunque no creas en ella. Simplemente piensa en ella de vez en cuando hasta que deje de resultarte una idea extraña y por tanto amenazante. Probablemente en ese momento la verás como posible, aunque no la sientas como probable, y quizá en algún momento te convenza tanto como a mí.
Resumiendo: lo que yo considero como magia es la capacidad humana de afectar a las probabilidades. Todo lo que sucede tiene una probabilidad determinada de suceder y la magia no es sino la capacidad de aumentar o disminuir esas posibilidades mediante el único influjo de nuestra voluntad. Para que esta voluntad se centre en el cometido que uno se propone se pueden utilizar diversos rituales, ya sea vudú, magia blanca, magia negra o rezar en una iglesia o mezquita. Al final todos ellos no dejan de ser formas de centrar tu voluntad en un propósito concreto, pero es ella la que actúa. El sencoísmo te ofrece una forma de centrar esa voluntad mediante la oración sencoísta. Por un lado ofertas energía a Senco ofreciéndole tu disfrute en cualquier actividad que gustes y por otro cuando necesitas alterar alguna probabilidad, usas la energía necesaria para hacerlo del conjunto de energía, tuyo y del resto de gente que la mande, que almacena nuestro dios. El saber que hay un dios en el que más gente cree que vela por ti porque se lo estás pidiendo puede ayudarte a la hora de desalojar el problema que te aflija de tu mente para poder cobijar en ella una solución.